domingo, 12 de diciembre de 2010

ASTAROTH



ASTAROTH

Y Leyde se acostó como todas las noches en su cama, la oscuridad era la decoración en ese momento de su alcoba. Su pelo castaño apoyado contra su almohada mientras sus ojos azules se clavaban en el infinito de las tinieblas de su cuarto, su crucifijo de su amado dios cristiano yacía en su pecho sujeto a una cadena de oro que se deslizaba por su estilizado cuello, ese crucifijo diana de tantos rezos y suplicas, de deseos sin conseguir y sueños incompletos. Sobre todo de su mayor sueño, poder enamorarse y embaucarse de un hombre.

Ella se sentía vacía pues aunque la hubiesen educado en un colegio del Opus, se preguntaba porque su dios no le hacía caso, ¿Acaso se había olvidado de ella?, ¿Acaso entre tantos quehaceres del universo ella era tan insignificante que no se percataba de su existencia? Normal ya que Leyde no destacaba en nada era la chica normal del montón, ese tipo de chicas que si un día desapareciesen nadie se daría cuenta, Leyde es ese tipo de chicas.

Pensando todo esto Leyde se rindió al sueño para divagar con sus deseos, esos que quería conseguir, pero que jamás hallaba. Nada más cerrar los ojos, el cuarto se llenó de una luz blanca, preciosa y cegadora  que la sobresaltó levantándose de su cama e impidiéndola ver nada cayó al suelo, al irse la luz tardó en recuperar su vista normal y cuando lo hizo vislumbró un fuerte haz de luz a través del marco de su puerta.
Ella dudó, pues tenía miedo de lo que la pudiese aguardar, pero su curiosidad era más fuerte que su temor, así que abrió la puerta y se sorprendió de que el pasillo estaba a oscuras, pero se percató de que en el fondo de este pasillo había una puerta que jamás vio antes pues antes había solo el nombre de “Astaroth” grabado en la pared del pasillo pero ahora en su lugar había una puerta que radiaba luz propia.

¾ ¿Cómo era posible todo eso?­­¾ se preguntó fruñendo el entrecejo.





Salió de su cuarto, sentía frío ya que sólo llevaba un fino top azul claro y unas bragas rojas. Acercándose despacio y con cautela a la puerta vio que por los lados del pasillo se deprendía una niebla fantasmagórica y tenía la sensación de que los cuadros la observaban y perseguían con la mirada. Llegó hasta la puerta y se detuvo ante ella. Era una puerta enorme de roble de color marrón con símbolos en los márgenes, le llamó la atención ver en el margen entre los demás símbolos ese corazón con la espiral, el “CO-RAZÓN” aunque el símbolo que más le llamó la atención fue el que estaba en el centro, más grande que los demás era la estrella satánica, pero con unas líneas que atravesaban sus puntas de abajo a arriba, con otras saliendo de su mitad y en las puntas tres puntos negros formaban un pequeño triangulo, todo eso rodeado de un circulo en el que se leía “Astaroth” . Pero todo eso no la asustaba y pensó en lo que le dijo Enrique<<Una retirada a tiempo es siempre una derrota>>Así que haciendo caso de esas palabras puso su mano en el picaporte de esa gran puerta de roble y lo giró provocando que esta se abriese.

Se vio dentro de un castillo en una habitación enorme de piedra, pero muy bien iluminada con grandes candelabros de fuego y por lo tanto cálida y acogedora y a su alrededor grandes espejos con el mismo marco que el de la puerta situados de forma circular a una distancia de 2 metros entre sí,  empezaban a la derecha de la puerta y terminaban a la izquierda de esta cerrando así el círculo, ella se sorprendió porque había bastantes espejos, ya que era un círculo grande y en su centro la estrella de Astaroth de un metro de radio se introducía en forma de surcos ásperos en la roca del suelo del castillo.

Leyde se acercó al centro y cuando se colocó encima de la estrella, del espejo que tenía  a su izquierda salió un hombre muy guapo y joven mediría 1’80, centímetro arriba centímetro abajo, era de conflexión fuerte su pelo negro como el hollín del infierno, liso hasta las puntas estaba con el flequillo peinado hacia un lado, pero sin llegar a tener raya, sus ojos azules eran como el mismo mar, ni muy oscuros ni muy claros, su físico embaucó en el momento a Leyde.  Llevaba un traje completamente negro. Mocasines negros, un par de calcetines negros, unos pantalones ligeros y negros, una camisa de seda negra, una corbata fina negra, su chaleco encima de la camisa negro también y por último una chaqueta negra como la noche misma, además llevaba un anillo de plata en su mano derecha con el símbolo del suelo. Su perfume la embriagaba y la daba una sensación de poder confiar en esa persona que la atraía
Ese hombre se colocó delante de ella y la dijo:

Astaroth
De la noche de los tiempos 
de tu oscuridad, 
he regresado a buscar 
un don para la humanidad. 

Y no pronuncias mi nombre 
aunque bien sabes quién soy, 
de tu soberbia y tu odio 
el reflejo alimentado soy…



Acercándose a Leyde sin querer la rozó el crucifijo y le quemó, se vislumbraba una ira dentro de Astaroth cuando sus ojos se pusieron rojos como la misma sangre durante un segundo escaso, pero suficiente para que ella se asustase de aquel hombre que inspiraba, confianza y seguridad. Pero al instante cuando volvió a recuperar sus ojos azules Leyde ya se sentía otra vez a gusto, pues aquel hombre tan guapo la tenía seducida. Por eso cuando Astaroth la tendió la mano ella aceptó sin dudar y cogidos de la mano fueron hasta el espejo que tenían más lejos, es decir el que estaba justo enfrente de la puerta y mientras caminaban Leyde pudo observar que cuando pasaban por algún otro espejo en el reflejo se veía a ella tal y como era, pero a él se le veía como un monstruo mitad sombra mitad lagarto negro con los mismos ojos rojos como fuego que había presenciado en las pupilas de Astaroth sus alas negras desprendían sombra, sus garras largas y unos colmillos escalofriantes, pero le volvió a mirar a él y a sus ojos ahora marrones otoñales  y se sintió tranquila, no sabía porque, pero aquel monstruo que veía reflejado en los espejos por los que pasaban no le daba miedo porque en el fondo sabía que era Astaroth y ella confiaba ciegamente en él. Cuando llegaron al espejo Leyde estaba delante y detrás Astaroth, sujetándola suavemente de los hombros.


Astaroth
Soy el eco de tu ira, 
el espejo en que 
tu avaricia se refleja 
y me da poder. 

Fluyo a través de las vidas 
que no consiguen saber 
dónde encontrar la salida 
que abre la puerta del mal y del bien. 

Leyde
El no escucha, mas si vos
Los libros te pintan, su terror
Que fría es la vida junto a Dios
Que cálida es tu palabra, mi señor

Leyde ya estaba completamente entregada al renegado de su dios llamado Astaroth así que él dio su último paso que tantas veces había dado y dijo:

Astaroth
Ven hacia mí 
y déjame morar en ti, 
soy el deseo, 
lo oscuro que hay en ti. 

Compro tus sueños, 
por tu alma, tu Dios, ¿cuánto da?

Soy el que soy, 
el portador de luz…

Al pronunciar “el portador de luz…” Astaroth con su mano derecha escribió “Lucifer”  en el aire y como Leyde sabía la lengua divina por las enseñanzas de su colegio, supo que significaba del latín lux [‘luz’] y fero [‘llevar’]: portador de luz.

Ella totalmente embaucada dijo:

Leyde
Cubra tu manto 
mi luz y mi amor, 
suave es el óbito 
y dulce este dolor. 

Tómame y el viento 
hará una canción 
con el fuego eterno 
que sellará nuestra unión 

Astaroth hizo aparecer un cáliz al que lo identificó como “El Santo Grial” y cortándose con su uña las venas de la muñeca derecha volcó la sangre en la copa hasta que vio que había suficiente cantidad de su sangre, aparató la muñeca y la herida cerró al instante y dejando el cáliz en suspensión en el aire lentamente fue hasta las manos de Leyde mientras decía:


Astaroth
Toma mi sangre 
mézclala, bébela, 
quémala, arde en la llama, 
pues sólo así podrás adorarme. 

Y haz lo que digo porque esta 
es la ley. No me creas, 
experimenta. Bebe, 
pues no hay…
No hay otro medio.

Leyde empezó a beber del Grial lentamente y Astaroth sin paciencia la empujó la copa, para que bebiese más rápido y una gota de sangre se deslizó por la comisura de su boca hasta la barbilla de Leyde. En ese momento los ojos de Leyde se volvieron de un color rojo rubí ensangrentado con un aire fantasmagórico y eso duró durante unos segundos. Leyde sintió un calor dentro de ella que la llenaba de tal manera que la hacía sentir viva, sentía ese amor que anhelaba, ese amor hacia Astaroth.

 Cuando terminó de beber el cáliz desapareció. Astaroth se acercó y cuando estuvo a escasos centímetros de ella, lamió la gota de sangre subiendo hasta su boca, besándola desenfrenadamente en esa desesperada lucha de encontrar la lengua del otro, tras unos minutos así hasta que él se separó lentamente y la cogió de la mano y la guió hasta el espejo, que se convirtió el cristal en plata líquida para entrar sin problemas, pero cuando Leyde llegó al portal el crucifijo de esta la impedía pasar a lo que Astaroth se volvió y Leyde pudo percibir otra vez esa mirada de odio con los ojos rojos durante un momento posando su mano a unos centímetros de distancia del crucifijo, Astaroth la abrió todo lo que pudo y una aureola roja le rodeaba la mano y con un giro de muñeca lanzó el crucifijo lejos rompiendo la cadena de oro de Leyde, luego entraron juntos por el espejo.
Leyde se sorprendió porque no había pasado como cuando cruzó la puerta que se había transportado a otro lugar, simplemente estaban al otro lado del espejo, si asomaba la cabeza por un lado podía ver la puerta al fondo.

Ahí dieron rienda suelta a la pasión y la lujuria besándose como si fuese la última vez, como si sus lenguas fuesen luceros del alba en un campo de tenebrosas tinieblas. Astaroth empezó a desnudar lentamente a Leyde, pero tardó poco ya que el pijama de Leyde solo constaba de un pequeño top y unas braguitas, cuando terminó de desnudarla, ella también intentó quitarle la ropa a Astaroth, pero él no la dejó.

Astaroth
Príncipe de la dulce pena soy
y mi sangre alimenta tu ser,
la lujuria de mis alas roza tus pechos
y araña tu piel,

bebe, embriaga tus vicios,
decide, orgasmos o amor,
la única iglesia que ilumina es la que arde,
el nazareno duerme su cruz.


Leyde
Oh señor rey de la tristeza,
ángel del dulce dolor,
bebe la hiel de mi boca,
blasfema, ven y hazme el amor.

Leyde estaba tan excitada y mojada que no escuchaba el tenue sonido a metales oxidados que rezumbaba en la habitación y siguió besando  al portador de luz y gimiendo de placer, hasta que se percató de que algo frío la rodeaba con fuerza de los tobillos y las muñecas y obligándola a ponerse de rodillas se dio cuenta que estaba encadenada al espejo. Ella no entendía que pasaba, ¿Que estaba haciendo Astaroth?


Poco a poco Astaroth se fue transformando en aquel terrorífico lagarto de sombra y miedo, arañaba a Leyde con sus prominentes garras en la cara y el torso y luego con su lengua bípeda de serpiente la lamía de arriba abajo. Leyde no cesaba de llorar, pues se había enamorado y dejado seducir de un monstruo que ahora la estaba lamiendo mientras estaba desnuda y encadenada, ya no sentía ese calor embriagador que tanto la había llenado ahora sentía un frío estremecedor. Miró a los lados y vio que había más chicas en la misma situación que ella, cada una detrás de un espejo, tenían la mirada vacía, porque ya habían perdido la fe en escapar de esa prisión de acero, espejo y dolor. Se sentía destrozada ¿Qué iba a ser de ella?
¿Qué había hecho para merecérselo?  Pensaba que nada podía empeorar, pero se equivocaba.


A todo esto se escuchó de fondo como alguien giraba el picaporte de la puerta de roble, entró una chica rubia, más joven que Leyde y mucho más pura e inocente.

Leyde
Senia, hermana
Huye de aquí
Sal, corre
Si quieres vivir

Senia no la podía escuchar, se había desvelado y una luz la guió hasta esa puerta, donde entró, pero ella no, ella era muy joven para acabar así. El monstruo se transformo otra vez en aquel apuesto hombre, pero esta vez con los ojos verdes grisáceos y miraba a Leyde con una mirada maliciosa y burlona. En cuanto Senia pisó el símbolo Astaroth cruzó el umbral del espejo y apareció delante de ella. Leyde no cesaba de gritarla, pero aunque estuviese a escasos metros de ella Senia no la podía oír.

Astaroth sabía perfectamente lo que debía hacer y así lo hizo:

Astaroth
Ven hacia mí 
y déjame morar en ti, 
soy el deseo, 
lo oscuro que hay en ti. 

Compro tus sueños, 
por tu alma, tu Dios, ¿cuánto da?. 

Soy el que soy, 
el portador de luz… 

Mientras Astaroth dibujaba “Lucifer” en el aire con tinta de luz.

En ese momento Leyde liberó tal grito de desesperación, que aunque Senia no la podía escuchar percibió algo, su vínculo con su hermana era tan fuerte que ponía a prueba los embrujos de Astaroth y dio unos pasos atrás apretando su rosario de cuencas que llevaba en la mano. Él se percató de lo que sucedía, así que se esforzó en aumentar su barrera mágica y en usar su lengua para embaucarla diciendo:

Astaroth
Represento la promiscuidad,
de las almas que enferman de paz
me presento, soy la libertad,
de tu cuerpo y no cobro con fe.

Y ahora dime cuánto vale tu alma,
y ahora pide dinero o placer,
sueñas con curar el cáncer,
el sida fue cosa de Yahvé.


Senia dudaba porque aquel hombre parecía tan inofensivo y bueno, que debía confiar en él. Astaroth percatándose de eso y usando su magia rompió el rosario de Senia y para que esta no se asustase la dijo:

Astaroth
He bajado hasta tu infierno, 
y a tus miedos pregunté 
¿Dónde viven los fracasos? 
Yo te ayudaré.

He subido hasta su cielo, 
su Dios no me recibió, 
a su derecha está mi yerno 
Gabriel no me reconoció

He visto Roma caer, 
y a Egipto morir, 
y a Jesús de Nazaret, 
expirar sin saber 

que en su nombre iba a nacer 
una secta de poder, 
traficantes de ilusión, 
mercaderes de almas rotas. 

¿Por qué es sorda la fe? 
¿Y ciego el que cree? 
¿Sabe un rezo besar? 
¿Cuánto cobra el celibato? 

Ahí  Senia se embaucó de Astaroth porque aquellas palabras hacían temblar los pilares de su fuerte creencia religiosa. Astaroth muy listo supo que ese era el momento y dijo:

Astaroth
Ven hacia mí 
y déjame morar en ti, 
soy el deseo, 
lo oscuro que hay en ti. 

Compro tus sueños, 
por tu alma, tu Dios, ¡¿cuánto da?! 

Soy el que soy, 
el portador de luz......................


En ese momento Astaroth desprendió una luz cegadora y cálida, como la que se había encontrado Leyde en su cuarto y llenó de calor la sala, cuando la sala volvió a su estado normal de  las manos de Astaroth salió una estrella que se la dio a Senia y luego le ofreció su mano que ella aceptó sin dudar y se la llevó lentamente a otro espejo vacío justo antes de entrar los ojos de Astaroth eran rojos como las mismas llamas de infierno y su sonrisa maquiavélica y siniestra.


Y esa es la historia de Astaroth, el que acecha a las flacas de espíritu para coleccionarlas a cambio de falsas promesas que cumplan sus sueños.      



3 comentarios:

Paula Campos dijo...

Una historia muy tuya.
Muy bien narrada pero increiblemente triste

El Héroe de Wilde dijo...

Como todas mis historias, tristes...

Unknown dijo...

oyeeeee, estas son estrofas de canciones de Mago de oz, cierto??

Las más Vistas, pero no las Mejores