Llevo más de una hora intentando empezar esta entrada, pero cada vez que lo hago la borro, porque no me convence. Aunque hay cosas que me convencen mucho menos y eso eres tú, preciosa.
Aposté muy fuerte por ti y fui tonto.
Siempre me gustó mucho apostar y algunas veces se pierde, como es el caso.
Cuando te conocí no me fijé ti, más que en tu cuerpo sabor verde; pero quise más, quería que fueses diferente a las demás. Te enseñe pasos simples con los que expandir tu mente. Te enseñe pasos para pensar de manera trascendente, y lo más importante de todo, te mostré otras realidades alejadas de tu mundo entre algodones de niña rica. Eras asquerosamente plana y tu mayor preocupación era tener más de cincuenta euros para abrigarte por las noches con alcohol contra la desdicha; pero poco a poco veía -o quería ver- un cambio en ti a raíz de tu bendita e inocente curiosidad.
Yo me ilusionaba entre recuerdo y recuerdo tuyo, tú me mostrabas lo increíble que podías llegar a ser en algún mundo venidero, yo no me podía arrancar tu sonrisa de entre las cejas y tú esperabas ilusionada en que llegase aquella noche en la que parase por aquel garito en el cual paras. Yo, tú, tú, yo. Así debería ser el mundo.
Y llegó aquella noche y no venías.
Las horas huían dentro de aquella degeneración de alcohol barato, donde la gente se afana en vender su alma por ser, o al menos, para que la sociedad les diga que lo son.
Y las horas pasaban y no venías.
Corría tanto el reloj que tuve que domesticar los minutos, para que no despertara el día. Gracias a eso te pudo dar tiempo a llegar y a abrazarme como si no hubiera un mañana.
Y las horas pararon y tú estabas mi, me, conmigo.
Que contento me puse, porque eras mía y por una vez yo quería dejarme querer. No pude creer lo embriagada que ibas al entrar en aquel sitio, pero no perdí más tiempo y te lleve a bailar -eso que tanto te gusta, pequeña- Ahí me dejaste claro tus prioridades, al verte corriendo como un simple perro detrás de los coches, mas tú corrías tras los cubatas y hasta perseguías el agua de los floreros. Solamente querías tu alcohol y si no lo tenías, te desesperabas.
Por fin me desmentí y vi lo que no quería ver, lo que rogaba a algún dios para no ver; que no cambiaste, que sigues siendo aquella niña de papá llorando con tal de no soñar. Qué tonto fui y que tonta fuiste, tanto peleaste por mí y cuando me tienes a tiro de piedra, dejas caer la piedra. Qué tonto fui y que tonta fuiste, que pensaba que eras diferente y me equivoqué. Qué tontos que fuimos.
Y las horas cesaron y tú estabas tú, te, sin mí.
Me enfadé contigo y no te enteraste, me despedí de ti, me fui y no te enteraste. Ahí te dejé, con tus amigos de hojalata, entre la cirrosis y tu estupidez; y ni siquiera en eso te enteraste, cielo.
Al día siguiente suplicaste mi perdón y yo te lo concedí, pero no te daré más oportunidades, ya que te he dado muchas, porque como dijo
una persona: "Todo tiene un límite y el mío está aquí".